Hace más de un año decidí dejar de utilizar Twitter para compartir cosas mías, fueran estas ideas, opiniones, autopromociones o de cualquier tipo.
Noté como me desfasé de los discursos polarizados, violentos, radicales o de odio que ya predominaban en el timeline. Lo que hace una década me trajo incluso maravillosos amigos que hoy día siguen en mi vida, se parecía a esos lugares donde los años de explotación minera han aniquilado cualquier posibilidad de vida.
Repasé y limpié las cuentas, de hecho, tan bien lo había hecho que me jactaba con arrogancia de no ver pasar ciertos trends en mi timeline como si mi ejercicio curatorial fuera merecedor de un premio al buen tino en la inteligencia de las personas. Quise afinarlo como último recurso antes de decidir salirme, pero lo que siguió fue aún más triste.
Las filias y las fobias habían tomado voz en cada mensaje de gente que antes compartía temas, digamos, más amplios o diversos, poco a poco se convirtieron en cuentas mono temáticas, en vocerías fervientes a favor o en contra de un régimen, habilidosos en el manejo perverso de la realidad para acomodarla de acuerdo a su devoción o su fijación, defensores de políticos que en Cabrera o Polanco intercambian acuerdos por favores y dinero mientras desayunan pan francés, dan incansables RT a representantes populares que jamás habrán de tocar su puerta y mucho menos notarán que se han distanciado de seres queridos que no pensaron como ellos.
Y lo mismo vi pasar en mexicanos como en colombianos, siendo de aquí y de allá sin poder nombrar a un país primero que al otro pues según suceda tantas veces soy un espectador por no haber nacido en uno y por no vivir en el otro, pero tantas veces necesitaría decirlo en voz más alta por vivir en uno y haber nacido en el otro, pues mi mirada lo mismo está atenta a Casa Nariño como a Palacio Nacional, lo mismo recorro Departamentos como Estados, miro y juzgo a las dos Claudias* que gobiernan en las dos ciudades que siento propias porque ambas son testigos de mi pasado y mi presente, pienso en el Chocó como pienso en Chiapas, miro a Medellín como a Monterrey, rio secretamente por la coincidencia de sus consonantes, camino por calles en las que los mariachis suenan por igual, pues como yo, son de aquí y son de allá, y lamento siempre la mirada de aquellos que parten del chimbo y del chafa para comenzar a contar sus países, pues ambos son tan míos y ambos son tan maravillosos como imperfectos.
El neoliberalismo, el comunismo, el obradorismo, el petrismo, el uribismo, el partidismo, y un largo etc. Leo todo por igual, voces que se han teñido de violencia, para defenderlos a ellos, para acabarlos a ellos, para rescatar a los otros, para desterrar al otro. Tristes todos en una tierra que fue tan chévere como chida; polarizados todos alimentan su extremo señalando con un dedo firme a un horizonte lejano donde según ellos está el verdadero polarizador, que nunca a resulta ser el propio.
Mientras el algoritmo afina el siguiente anuncio que ha de mostrar alguien en la esquina de la Séptima con 72 espera lo mismo que alguien lo hace en Reforma y Niza, abren Twitter y escriben:_________________.
[*Nota]
Al momento de escribir este post Claudia López era alcaldesa de Bogotá y Claudia Sheinbaum de la Ciudad de México.
Sobre este blog:
El blog de Hugo Marroquín es un espacio ecléctico donde encontrarás las mejores reseñas y recomendaciones de libros, novelas, ensayos, series, películas y videos de YouTube. Además, explora escritos íntimos, originales e inéditos sobre reflexiones personales, viajes e inquietudes de un mexicano expatriado en Colombia. Todo el contenido es creado por Hugo mismo, no por inteligencia artificial.
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