Esta mañana al desayunar en un pequeño restaurante del barrio, vi llegar a una señora acompañada de un niño de quizá unos 12 o 13 años. Pude deducir por mirada de ternura de la señora, así como por sus arrugas, que se trataba de la abuela. Un señor se acercó después. El abuelo, deduje. Conversaban mientras miraban la carta. A veces el niño hacía grandes gestos con las manos y los abuelos le miraban con sendas sonrisas llenas de amor y cariño. Los pies del niño se balanceaban apenas rozando el piso y los abuelos se intercambiaban miradas cada tanto.
Me invadió una nostalgia al recordarme con mi abuelita comiendo quesadillas en el mercado de Coyoacán despues de haberla acompañado al banco para cobrar su pensión pues yo era quien reconocía la ruta de microbuses para regresar a casa. Quizás ella también, pero nunca lo dijo, me hacía sentir útil e importante, responsable. Aunque era ella en realidad quien me cuidaba. Seguramente me miraba con ternura al comer. Seguramente tampoco mis pies tocaban el piso.
Mis otros abuelos no llegaron. Uno murió 40 años antes de que yo naciera. El otro apenas dos meses después de yo haber nacido. Y la tercera, no quizo ni siquiera serlo.
Pero mi abuelita, con la que caminé tantas veces por Coyoacán, sí que estuvo. Y aunque son tantos años ya de su ausencia y la crueldad del olvido ha borrado los rastros de su voz queda aún en mi memoria, como ecos lejanos, imposibles de replicar pero nítidos al hacerme sentir, la ternura de nuestra compañia, cuando nos acompañamos.
Sobre este blog:
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