Qué bello libro.
Qué bella historia de amor.
Qué bello recuerdo de la felicidad.
Qué bello recuento de la vida.
Llámame por tu nombre de André Aciman es simplemente bello.
Este es uno de esos libros que deseas devorar, sin embargo sabes que sus páginas se terminarán demasiado pronto si vas con prisa, entonces eliges saborearlo más, tomarte tiempo, detenerte a mirar el vacío creas leer esas demoledoras frases, parar y llorar un poco por la nostalgia que te provoca, acurrucarte entre las sábanas a la espera de que pase el dolor que sus letras te provocan.
Iba a ser un vecino difícil. Será mejor que me mantenga alejado de él, rumié. Y pensar que casi me enamoro de la piel de sus manos, de su pecho, de sus pies que nunca habían pisado tierra áspera en su vida y de sus ojos que cuando te dedicaban la otra mirada, la de semblante dulce, te portaban el milagro de la resurrección. Nunca era demasiado tiempo el que pasabas mirándolos, sino que necesitabas seguir al tanto para averiguar por qué no podías evitarlo.
Este libro es demasiado bello. Su estilo poético me ha sumergido en ese descubrir del amor, del primero, del deseo, de la felicidad, del lazo más puro que nos une a otro ser.
Todo esto comenzó el verano en el que Oliver llegó a nuestra casa. Está grabado en cada canción que sonó aquel verano, en cada novela que leí durante su estancia y después, en cualquier cosa, desde el olor del romero en los días calurosos, hasta el ruido frenético de las cigarras por las tardes. Los sonidos y los olores con los que he crecido y que conozco de cada año de mi vida de repente se volvieron en mi contra y adquirieron un cariz tintado por lo ocurrido aquel verano.
Haber visto la película me predispuso a darle forma a ciertos lugares y por supuesto a los personajes. Mantuve el rostro de Timothée Chalamet en la escena final del filme a lo largo de la lectura, iluminado por el fuego crepitante de la chimenea para lograr un cierre magistralmente conmovedor.
Entonces llegó aquella tarde, un domingo de julio, en que nuestra casa se vació de repente y nosotros éramos los únicos que quedábamos allí y el fuego me quemaba las entrañas, pues «fuego» era la primera palabra y la más simple que me vino a la mente en aquel preciso momento en que intenté darle sentido a todo ello en mi diario.
Lamento que este libro haya terminado. Pero me ha parecido muy bien logrado, la dosis justa de palabras, el acomodo justo en la línea del tiempo.
Que el verano no terminase jamás, que él nunca se alejase, que la música repetida una y otra vez siguiese para siempre, pido muy poca cosa y juro que no exigiré nada más en la vida.
Es el más bello recuento de la vida misma que he leído. Qué bello libro.
Sobre este blog:
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